UNA PERSONALIDAD CONSTRUIDA SOBRE EL ROMPER DE LAS OLAS
El viento rozaba la superficie del mar, levantaba el espejo de agua y formaba olas en un espectáculo sin fin. Olas que todos los días se lanzaba, espumeantes y orgullosas, a las orillas de las playas. Unos niños crecieron corriendo por la arena. Atrapaban las burbujas que se formaban al estallar las olas. Brillaban en las palmas de sus manos, pero en seguida se disolvían y se escurrían entre sus dedos, como si dijeran: "Yo pertenezco al mar". Mirando el mar, los niños decían para sus adentros: "También nosotros le pertenecemos".
Así era la vida de aquellos jóvenes. Sus abuelos habían sido pescadores, así como sus padres, y también ellos eran pescadores y morirían pescadores. Su historia ya estaba determinada. ¿ Y sus sueños? Olas y peces.
Soñaban con los cardúmenes. Sin embargo, los peces escaseaban. La vida era dura. Tirar de las pesadas redes en el mar era extenuante. Soportar las ráfagas de vientos fríos y las rebeldes olas toda la noche no era para cualquiera. Y, lo peor de todo, el resultado los frustraba. Cabizbajos, reconocían el fracaso. El mar tan inmenso se había tornado una fuente de decepciones.
Todos los días enfrentaban la misma rutina y los mismos obstáculos. Querían cambiar la vida. Pero les faltaba coraje. El miedo a lo desconocido los bloqueaba. Era mejor tener muy poco que correr el riesgo de no tener nada, pensaban.
Por la mente de esos jóvenes no pasaban inquietudes sobre los misterios de la vida. La falta de cultura y la batalla por la supervivencia no los estimulaba a grandes vuelos intelectuales. Para ellos, vivir era un fenómeno común, no una aventura indescifrable.
Parecía que nada iba a cambiar su destino, hasta que apareció en su camino el mayor vendedor de sueños de todos los tiempos.
UNA INVITACIÓN PERTURBADORA
as, algo nuevo rompió la monotonía. Había un hombre que había vivido durante treinta años en el desierto. Lo que decía era extraño; sus gestos, raros. Por su modo de vivir, daba la impresión de estar trastornado. Estaba obsesionado la idea de que era el precursor del hombre más importante que jamás habría de pisar la Tierra.
Su nombre era Juan, apodado el Bautista. Lo mas extraño era que no había convivido con la persona a la que anunciaba, pese a que ocupaba su mente. Pronunciaba elocuentes discursos a las orillas de un río, describiendo a aquel hombre con la precisión de un cirujano.
Atraía a multitudes que se acercaban a ver el espectáculo de sus ideas. Tenía el coraje de decir que el hombre al que aguardaba era tan grande que él no era digno de desatarle las correas de las sandalias. La gente se quedaba perpleja ante esas palabras.
¿Cómo podía un rebelde que no respetaba las convenciones sociales, que no tenía pelos en la lengua, que no tenía miedo a decir lo que pensaba, elevar tan alto a alguien a quien no conocía? ¿Qué clase de hombre sería este al que Juan anunciaba con sus palabras?
Aquellos discursos dibujaban los cuadros más diversos en el anfiteatro de la mente de los oyentes. Algunos creían que el hombre anunciado aparecería como un rey, con pomposas vestiduras. Otros imaginaban que llegaría como un general, acompañado por una gran escolta. Otros pensaban que era una persona riquísima que llegaría en un elegante carruaje, con un séquito innumerables de servidores. Todos lo aguadaban con ansiedad.
A pesar de la diversidad de las fantasías, la mayoría estaba de acuerdo en que el encuentro con él sería solemne. Todos esperaban un discurso arrebatador. De repente, en el calor del atardecer, cuando los ojos confundían las imágenes en el horizonte, se acercó discretamente un hombre sencillo, de origen pobre. Nadie reparó en él.
Llevaba ropa gastada, sin ningún adorno. Tenía la piel deshidratada, seca y con surcos, consecuencia del trabajo duro y la larga exposición al sol. No lo acompañaba escolta alguna, ni poseía carruaje, ni servidores. Intentaba abrirse entre la multitud. Tocaba a las personas con suavidad, pedía permiso y poco a poco iba avanzando. A algunos no les gustó, otros se mostraron indiferentes ante su actitud.
De pronto, las miradas de ambos se cruzaron. Juan contempló al hombre de sus sueños. Quedó fascinado por la imagen. Lo que había imaginado la gente no coincidía con lo que tenían ante los ojos. Pero Juan veía lo que no veía nadie, y, para espanto de la multitud, exaltó sobremanera a aquel hombre sencillo.
La muchedumbre se sintió confundida y decepcionada. Ya que la imagen les había chocado, esperaban, al menos, que sus oídos se deleitaran con el más maravilloso discurso. Al fin y al cabo, el hambre y los problemas sociales eran enormes. Necesitaban aliento. Sin Embargo, el hombre de los sueños de Juan llegó en silencio y se marchó callado. El Sueño de la multitud se disipó como gotas de agua consumidas por el sol del Sahara. Desilusionada, la gente se dispersó, para volver a sumergirse en su tediosa rutina.
Alguno jóvenes había oído hablar de los sueños de Juan. Pero estaban demasiado ocupados con la propia subsistencia. Nada los motivaba, salvo el grito del cuerpo que suplicaba pan para saciar su instinto. El mar era su mundo. No había nada diferente en el aire. De repente, dos hermanos levantaron los ojos y vieron a una persona desconocida caminando por la playa. No le prestaron atención. Los pasos del hombre eran lentos y firmes. El peregrino se aproximo. Los pasos se detuvieron. Sus ojos se posaron en los jóvenes.
Incómodos, ellos se miraron de reojo. Entonces, el extraño rompió el silencio. Alzó la voz y les hizo la propuesta más absurda del mundo: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres".
Jamás habían oído tales palabras, que alteraron sus paradigmas y secretos de sus almas. Encontraron eco en un lugar que los psiquiatras no consiguen escrutar. Penetraron en el espíritu humano y le hicieron cuestionarse el significado de la vida y el valor de la lucha.
Todos deberíamos, en algún momento de la existencia, cuestionar nuestra vida y analizar aquello por lo que luchamos. El que no logre hacerlo será siervo del sistema, vivirá para trabajar para cumplir obligaciones profesionales y sobrevivir a duras penas. Por último, sucumbirá en el vacío.
Los hermanos que oyeron esa invitación se llamaban Pedro y Andrés. La rutina del mar ya había ahogados sus sueños y su mundo abarcaba pocas leguas. Sin embargo, apareció apareció un vendedor de sueños, que encendió su espíritu. Con una sola frase los animó a trabajar por la humanidad, a enfrentar el océano imprevisible de la sociedad.
Jesucristo no había realizado ningún acto sobrenatural; sin embargo, su voz poseía el mayor de los magnetismos, porque vendía sueños. Vender sueños, es una expresión poética que habla de algo invendible. Él distribuía un bien que el dinero jamás podría comprar. El Maestro de Maestros supera los fundamentos de la psicología.
¿QUIÉN SE ARRIESGARÍA A SEGUIRLO?
Pensemos un poco. ¿Porqué seguir a ese hombre? ¿Cuáles eran las credenciales del que hacía esa propuesta? ¿Qué implicaciones sociales y emocionales tendría? El vendedor de sueños era un extraño para los hermanos. No tenía nada concreto para ofrecerles.
¿Aceptarías tú una oferta semejante? ¿Dejarías todo para entregar tu vida en pro de la humanidad? Jesús no prometió un camino sin escollos, noches sin tempestades, éxitos sin pérdidas. Pero prometió fuerza en la tierra del miedo, alegría en las lágrimas, afecto en la desesperación.
Seguirlo parecía una locura. Tendrían que explicar a parientes y amigos su actitud. Pero ¿Cómo explicar lo inexplicable? Pedro y Andrés se vieron atraídos por el vendedor de sueños, si bien no entendían las consecuencias de sus actos. Sólo sabían que cualquier barco, incluso el más grande, era pequeño para contener sus sueños.
Poco después, el Maestro de vida encontró a otros dos hermanos más jóvenes e inexpertos. Eran Santiago y Juan. Estaban a la orilla del mar, reparando sus redes. A su lado se encontraban su padre y otros pescadores empleados suyos. El Maestro se aproximó a los hermanos, los observó y les hizo la misma e inquietante invitación.
No los persuadió, no amenazó, ni presionó, sólo los invitó. Fueron cinco segundos que cambiaron sus vidas. Cinco segundos en los que abrieron las ventanas de la memoria que contenía años de anhelo de libertad y de un libertador de la nación oprimida.
Zebedeo, el padre, se quedó pasmado ante la actitud de sus hijos. Rodaban lágrimas por su rostro y había dudas en su alma. El poseía barcos, era un comerciante. Su esposa, una mujer de temple, quería que sus hijos fueran prósperos en el territorio de Galilea. Pero había llegado alguien y les ofreció el mundo, los convocó a trabajar en el corazón humano.
Convencerse de que aquel era el Mesías resultaba una tarea difícil. No podía ser alguien tan común y pobre, sin pompa ni comitiva. Los empleados, impresionados, se quedaron sin aliento. El padre, al ver la actitud de sus hijos y observar sus ojos, que brillaban como perlas en busca de los más excelsos sueños, los bendijo. Tal vez pensó: "Los jóvenes son rápidos para decidir y rápidos para cambiar de ideas; pronto volverán al mar"
LA VIDA ES UN CONTRATO DE RIESGO
Basta con estar vivo para correr riesgos. Riesgo de fracasar, de ser rechazado, de decepcionarse de sí mismo y de los demás, de ser incomprendido, ofendido, reprobado, de ponerse enfermo. No debemos correr riesgo de manera irresponsable, pero tampoco debemos temer adentrarnos en terrenos desconocidos, respirar aires nunca antes aspirados.
Vivir es una gran aventura. El que permanezca encerrado en un capullo por miedo a los accidentes de la vida, no solo no los eliminará, sino que vivirá siempre frustrado. El que carezca de audacia y disciplina podrá alimentar grandes sueños, pero permanecerán enterrados bajo su timidez y en las ruinas de sus preocupaciones. Estará siempre en desventaja competitiva.
Los jóvenes galileos fueron valientes al responder a la invitación de Jesucristo. Tenían muchos defectos en su personalidad, pero empezaron a ver el mundo de otra manera. Abrieron el abanico de la inteligencia. No sabían donde dormirían ni que comerían, sólo sabían que el vendedor de sueños quería cambiar el pensamiento del mundo. Ignoraba cómo llevaría a cabo su proyecto, pero no querían estar lejos de este sueño.
Sin embargo, ¿Quién fue más mas audaz: los discípulos al seguir a Jesús, o Jesús al escogerlos? El material humano es vital para el éxito de un proyecto. Una empresa puede poseer máquinas, tecnología, computadoras, pero si no cuenta con personas creativas, inteligentes, motivadas, que sepan prevenir errores, trabajar en equipo y pensar a largo plazo, puede sucumbir. Veamos el material humano que eligió el vendedor de sueños, y cuáles fueron los riesgos que corrió. Haré una breve síntesis de las características de la personalidad de discípulos.
EL EQUIPO ELEGIDO POR EL MAESTRO DE MAESTROS
Mateo tenía pésima reputación. Era un publicano recaudador de impuestos, y en esa época, los recaudadores eran famosos por su corrupción. Los judíos los odiaban porque estaban al servicio del Imperio Romano, que los explotaba. Mateo era una persona sociable, le gustaba las fiestas y probablemente usaba dinero público para organizarlas.
Tomás padecía la paranoia de la inseguridad. Sólo creía en aquello que podía tocar. Era rápido para pensar y rápido para desconfiar. Se conducía según la lógica, carecía de sensibilidad e imaginación. El mundo debía girar en torno a sus verdades, impresiones y creencias. Desconfiaba de todo y de todos.
Pedro era el más fuerte, decidido y sincero del grupo. Sin embargo, era inculto, analfabeto, intolerante, irritable, agresivo, inquieto, impaciente, indisciplinado, y no soportaba que lo contradijeran. No era emprendedor y, como muchos jóvenes, no planeaba el futuro; sólo vivía en función de los placeres del presente.
Sus defectos no terminaban ahí. Era hiperactivo e intensamente ansioso. Imponía sus ideas, en lugar de exponerlas. Elaboraba mal sus frustraciones. Repetía los mismos errores con frecuencia. Si viviera en estos tiempos, sería uno de esos alumnos que todo profesor quisiera ver en cualquier lugar menos en su aula. Sin embargo, fue uno de los elegidos. ¿Tú tendrías el coraje de elegirlo?
En el momento en el que apresaron a su Maestro, el clima era tenso e irracional. Había en el lugar una escolta de cerca de trescientos soldados. Impulsivo, Pedro le cortó la oreja a uno de los soldados; su reacción casi provocó una matanza. Todos los discípulos corrieron el riesgo de morir por su actitud irreflexiva.
Juan era el más joven, amable, servicial y altruista. No obstante, también era ambicioso, irritable, intolerante, intempestivo. No sabía ponerse en el lugar de los demás ni pensar antes de reaccionar. No sabía proteger sus emociones, ni filtrar los estímulos estresantes. Anhelaba la mejor posición entre los discípulos. Creía que el reino de Jesús era político, y por eso, después de una reunión familiar, su madre le suplicó al Maestro, en el auge de su fama, que cuando estableciera su gobierno uno de sus hijos se sentara a su derecha y el otro a su izquierda. Los cargos inferiores los dejaba para los demás.
LOS DISCÍPULOS ANTE UN EQUIPO DE PSICÓLOGOS
Si un equipo de psicólogos especialistas en evaluación de la personalidad y desempeño intelectual analizara la personalidad del grupo elegido por el Maestro de Maestros, probablemente los desaprobarían a todos, salvo a Judas. Judas era el mejor preparado de los discípulos. Tenía las mejores características de personalidad, excepto una: no era una persona transparente. Nadie sabía lo que pasaba en su interior. Esta característica corroyó su personalidad como polilla. Lo llevó a ser infiel consigo mismo, a perder la capacidad de aprender. Tenía todo para brillar, pero se encerró en el calabozo de sus conflictos. Antes de traicionar a Jesús, se traicionó a sí mismo. Traicionó su conciencia, su amor a la vida, su deleite por la existencia. Se aisló, se volvió autopunitivo.
Judas Iscariote era moderado, comedido, discreto, equilibrado y sensato. No hay elementos que indiquen que se trataba de una persona tensa, ansiosa o inquieta. Nunca mostró una actitud agresiva o irreflexiva. Jamás fue reprendido por su maestro. Sabía de contabilidad, y por eso se encargaba del dinero del grupo. Era un zelota; pertenecía a un grupo social de refinada cultura. Probablemente era el más elocuente y más cultivado de los discípulos. Demostraba preocupación por las causas sociales, y obraba en forma silenciosa.
La personalidad de Juan presentaba paradojas. Era simple y explosiva, amable y fluctuante. Jesús los llamó, a él y a su hermano Santiago, "hijos del trueno". Cuando se los enfrentaba, reaccionaban con agresividad. A pesar de haber oído incansablemente el discurso de Jesucristo acerca de ofrecer la otra mejilla, amar a los enemigos, perdonar tantas veces como fuera necesario, Juan tuvo la osadía de pedir al propio Jesús que destruyese con fuego a quienes no los seguían.
El mayor vendedor de sueños de todos los tiempos, contrariando la lógica, eligió un grupo de jóvenes que no se hallaban en absoluto preparados para la vida ni para ejecutar un gran proyecto. Los discípulos corrieron riesgos al seguirlo, pero él corrió riesgos incomparablemente mayores al elegirlos.
Disponía de poco más de tres años para enseñarles. Un lapso de tiempo brevísimo para transformarlos en el mayor grupo de pensadores y emprendedores de esta tierra. Ansiaba infundir sabiduría en esas personalidades rudas y complicadas, y hacerles capaces de incendiar el mundo con sus ideas, y cambiar así para siempre la historia de la humanidad.
La elección de Jesús no se basó en lo que aquellos jóvenes poseían, sino en lo que él era. La confianza en sí mismo y la osadía de Jesús no tienen precedentes. Él prefirió empezar de cero y trabajar con jóvenes sin preparación alguna, a hacerlo con fariseos saturados de vicios y prejuicios. Prefirió la piedra bruta a la piedra mal cincelada.
Transcripción de unos cuantos párrafos del libro "Nunca renuncies a tus sueño" de Augusto Cury, por Nilda Torres Figueroa.