La obra nos desvela un relato autobiográfico, donde Viktor
Frankl expresa las experiencias y sentimientos despertados en los campos de
concentración, así como los primeros conceptos de su investigación, la
logoterapia, trasladándonos a sentimientos de desesperanza absoluta, hasta la
visión más esperanzadora, el poder seguir adelante, ver más allá y alegrarse de
estar vivo. Estos sentimientos los relata a lo largo de tres etapas descritas
en el libro.
Tuvieron
que vivir hambre, frío, sin ropa, sin calzado, sin asearse, despreciados y
tratados peor que a objetos sin uso e inservibles, con la incertidumbre de que
cualquier momento o les golpeaban o les mataban, así cada momento, cada día,
semana tras semana, mes tras mes, sin un día de descanso, sin un día de comer
bien, sin saber de sus familiares, sean esposas, esposos, hijos, hijas, padres,
todo lo contrario, cada vez les apretaban más y más, actuaban de forma sádica y
enfermiza con ellos, él así lo relata, pero esto no podemos comprobarlo, solo
por las películas, pero donde conoceremos mejor los detalles es, en los libros.
Todos
aquellos que hemos pasado frío, dolor, hambre, necesidades materiales o una
profunda pena, podemos empatizar con estas personas, uno puede ponerse en el
pellejo de la otra persona siempre que se haya vivido similitud de situaciones
y se haya actuado con dignidad, con honor y con gallardía.
He
sacado uno párrafos del libro de Viktor,
que es las que me ha marcado.
-*-
…“ Fue
entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la
poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del
hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre,
desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque
sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el hombre se
encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio
de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los
sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse
en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi
vida podía comprender el significado de las palabras: "Los ángeles se
pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita."
…“Delante
de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendo sobre él los que le seguían. El
guarda se precipitó hacia ellos y a todos alcanzó con su látigo. Este hecho
distrajo mi mente de sus pensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma
encontró de nuevo el camino para regresar a su otro mundo y, olvidándome de la
existencia del prisionero, continué la conversación con mi amada: yo le hacía
preguntas y ella contestaba; …"Ponme como sello sobre tu corazón... pues
fuerte es el amor como la muerte". (Cantar de los Cantares, 8,6.)
interrogaba y yo respondía. Esta intensificación de la vida interior ayudaba al
prisionero a refugiarse contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual
de su existencia.”
La libertad interior
Tras
este intento de presentación psicológica
de las características típicas del recluido en un campo de
concentración, se podría sacar la impresión de que el ser humano es alguien
completa e inevitablemente influido por su entorno y (entendiéndose por entorno
en este caso la singular estructura del campo de concentración, que obligaba al
prisionero a adecuar su conducta a un determinado conjunto de pautas). Pero, ¿y
qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad espiritual con respecto a
la conducta y a la reacción ante un entorno dado? ¿Es cierta la teoría que nos enseña
que el hombre no es más que el producto de muchos factores ambientales condicionantes,
sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿El hombre es sólo un
producto accidental de dichos factores? Y, lo que es más importante, ¿las
reacciones de los prisioneros ante el mundo singular de un campo de
concentración, son una prueba de que el hombre no puede escapar a la influencia
de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad
de elección?
Podemos
contestar a todas estas preguntas en base a la experiencia y también con arreglo
a los principios. Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el
hombre tiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos
heroicos, los cuales prueban que puede vencerse la apatía, eliminarse la
irritabilidad. El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual,
de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión
psíquica y física. Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a
los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles
el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero
ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo
una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud
personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino.
Y
allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía
la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se
sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo,
la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de
las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse
moldear hasta convertirse en un recluso típico.
Visto
desde este ángulo, las reacciones mentales de los internados en un campo dé concentración
deben parecemos la simple expresión de determinadas condiciones físicas y sociológicas.
Aun cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente
y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se
veían obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace
patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el
resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del
campo.
Fundamentalmente,
pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que
sería de él —mental y espiritualmente—, pues aún en un campo de concentración
puede conservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión: "Sólo
temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos" y estas palabras
retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya
conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que
la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos
y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta
libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida
tenga sentido y propósito.
…”También
es positiva la vida que está casi vacía tanto de creación como de gozo y que
admite una sola posibilidad de conducta; a saber, la actitud del hombre hacia
su existencia, una existencia restringida por fuerzas que le son ajenas. A este
hombre le están prohibidas tanto la vida creativa como la existencia de goce,
pero no sólo son significativas la creatividad y el goce; todos los aspectos de
la vida son igualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene que
serlo también. El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede
erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos
la vida no es completa.
La máxima
preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿Sobreviviremos al
campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de
sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra:
¿Tiene
algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido,
entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y
único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo
sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en
absoluto la pena de ser vivida.
La
pregunta por el sentido de la vida Lo que de verdad necesitamos es un cambio
radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros
mismos y* después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no
esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que
dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello,
pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente.
Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación,
sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir
significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los
problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna
continuamente a cada individuo.
Dichas
tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro,
de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado
de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas
al sentido de la vida con argumentos especiosos. "Vida" no significa
algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada
hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden
compararse a otro hombre o a otro destino.
Ninguna
situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la
situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo
de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y
sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre
puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación
se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única
respuesta correcta al problema que la situación plantea.
Cuando
un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues
ésa es su sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso
sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su
sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud
que adopte al soportar su carga. En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales
pensamientos no eran especulaciones muy alejadas de la realidad, eran los
únicos pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la desesperación,
aun cuando no se vislumbrara ninguna oportunidad de De todo lo expuesto debemos
sacar la consecuencia de que hay dos razas de hombres en el mundo y nada más
que dos: la "raza" de los hombres decentes y la raza de los indecentes.
Ambas
se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se
compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este
sentido, ningún grupo es de "pura raza" y, por ello, a veces se podía
encontrar, entre los guardias, a alguna persona decente.
La
vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a
la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos,
una vez más, únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima,
eran una mezcla el bien y del mal? La escisión que separa el bien del mal, que
atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más
hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos
de concentración.
Nosotros
hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra
generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo
que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser
que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.
En conclusión
Los
campos de concentración nazis fueron testigos (y ello fue confirmado más tarde
por los psiquiatras norteamericanos tanto en Japón como en Corea) de que los
más aptos para la supervivencia eran aquellos que sabían que les esperaba una
tarea por realizar.
En
cuanto a mí, cuando fui internado en el campo de Auschwitz me confiscaron una
publicación un manuscrito terminado, no cabe duda de que mi profundo interés
por volver a escribir el libro me ayudó a superar los rigores de aquel campo.
Por ejemplo, cuando caí enfermo de tifus anoté en míseras tiras de papel muchos
apuntes con la idea de que me sirvieran para redactar de nuevo el manuscrito si
sobrevivía hasta el día de la liberación.
Estoy
convencido de que la reconstrucción de aquel trabajo que perdí en los
siniestros barracones de un campo de concentración bávaro me ayudó a vencer el
peligro del colapso.
¿Qué
puede importarle cuando advierte que se va volviendo viejo? ¿Tiene alguna razón
para envidiar a la gente joven, o sentir nostalgia por su juventud perdida?
¿Por qué ha de envidiar a los jóvenes? ¿Por las posibilidades que tienen, por
el futuro que les espera? "No, gracias", pensará. "En vez de
posibilidades yo cuento con las realidades de mi pasado, no sólo la realidad del
trabajo hecho y del amor amado, sino de los sufrimientos sufridos valientemente.
Estos sufrimientos son precisamente las cosas de las que me siento más orgulloso
aunque no inspiren envidia".
NILDA TORRES FIGUEROA.